Marcha del Silencio y la esperanza

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La defensa de la democracia no admite titubeos ni temores. La separación de poderes no se toca.

Cuando la democracia está en peligro, nadie puede ser indiferente. Ser ajenos a todo lo grave que acontece en Colombia en estos momentos es estar del lado equivocado de la historia. Hoy –más que nunca– la suerte del país está en nuestras manos. De nosotros depende la nación que disfrutaremos en los próximos años y la que dejaremos a las futuras generaciones. Nadie defenderá lo que nosotros aún tenemos la oportunidad de defender.

Una vez que se cierren las puertas de la separación de poderes, la libertad de expresión, la libre empresa y las libertades individuales –columnas que soportan los sistemas democráticos– abrirlas de nuevo nos costará cientos de miles de vidas, como sucede en Cuba y Nicaragua. Y como acontece en Venezuela, donde el dictador impune se roba las elecciones a plena luz del día con la complicidad de sus amigos, tan déspotas y tiranos como Maduro.

Ninguno de esos criminales dijo al pueblo que tanto dicen defender: “Yo quiero ser su dictador…”. Los dictadores no se eligen en las urnas: se imponen por la fuerza una vez acceden al poder. Desde allí desaparecen contradictores, silencian opositores, intimidan rivales políticos, roban y dejan robar a sus amigos cientos de miles de millones. Todo ello con la ovación y complacencia del “pueblo”, sometido y humillado por décadas, que se levanta todos los días con la ilusión de poder gozar del “cambio” prometido.

Colombia ha vivido épocas aciagas a lo largo de su historia. Los colombianos hemos escrito con sangre, sudor y lágrimas cientos de páginas, donde han quedado registrados atentados a candidatos presidenciales, ataques sicariales a directores de periódicos, jueces, magistrados, dirigentes gremiales, líderes campesinos, jefes indígenas, voceros sindicales… En Colombia hemos visto caer en combate miles de soldados y policías, asesinados por defender su libertad y la nuestra. Los aspirantes a la Presidencia heridos y asesinados se cuentan por docenas. Colombia es una nación de huérfanos y viudas, por desgracia.

Por todas estas razones es que la Marcha del Silencio de hoy es importante. Seremos solidarios con Miguel Uribe Turbay, quien –por desgracia– cumple con la doble condición de huérfano y candidato herido. Al marchar hoy en silencio también seremos solidarios con todas las víctimas de este país desquiciado que amamos tanto, sean de izquierda o de derecha, ricos o pobres, blancos, negros, indios, mestizos.

Pero así como la de hoy será la Marcha del Silencio, será también la “Marcha de la Esperanza”. Nadie nos podrá arrebatar nuestros sueños de disfrutar –!por fin!– de una Colombia en paz, como la hemos soñado –tú y yo– desde niños. Una Colombia justa y pujante y optimista y alegre y festiva y sonriente. Los violentos –todos ellos, de izquierda o de derecha– no podrán imponernos su lenguaje de buenos y malos, de carros bomba y fusiles.

Quienes pretenden sepultar nuestras ilusiones jamás podrán lograrlo. Su mundo oscuro, lleno de odios y resentimientos no es el nuestro. Sus cálculos electorales y politiqueros no son los nuestros. Ni su hipocresía, ni su mendacidad, ni su codicia.

Las heridas de la guerra política en Colombia no han sanado

En Colombia la crispación política es una constante. No es ahora que nos estamos matando los unos con los otros por razones políticas. Hay generaciones enteras, como la tuya, o la mía, o la de Miguel Uribe Turbay, que jamás han podido disfrutar de un minuto de paz. Ni un minuto. Crecimos oyendo los cuentos de la violencia entre liberales y conservadores, con sus macabros “cortes de franela”. Vivimos la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, grupo guerrillero del que hizo parte Petro.

Presenciamos el asesinato de tres candidatos presidenciales. El propio Miguel Uribe –de apenas 4 años– debió enterrar a su madre –Diana Turbay– secuestrada por Pablo Escobar, al tiempo que escuchaba cómo señalaban a su abuelo –Julio César Turbay Ayala– de ser el gran enemigo de la izquierda nacional, con su Estatuto de Seguridad durante su gobierno, entre 1978 y 1982. Las heridas de la “guerra política” en Colombia no han sanado. Siguen vivas y laceran todos los días.

Proteger contradictores políticos no es una dádiva del Gobierno, es obligación

Precisamente, porque las heridas de la “guerra política” en Colombia no han sanado, quien ganara la Presidencia en el 2022 tenía la obligación de no atizar el fuego desde la Casa de Nariño. Mucho más ahora que el poder corruptor del narcotráfico está detrás de cada acto de terror. El presidente de la República encarna la unidad nacional.

Pretender gobernar solo para quienes lo eligieron es no solo una gran torpeza política, sino también una decisión demasiado riesgosa. En lugar de promover la unidad nacional, Petro fomenta la división y las rencillas. Nada bueno puede salir de quien así actúa. Punto. En una democracia, los contradictores políticos del presidente no son sus enemigos. Son adversarios cuya integridad y vida debe ser garantizada.

Tratarlos como enemigos es exponerlos a la acción criminal de intolerantes y delincuentes. Detrás del insulto vienen las balas, por desgracia. La protección de los contradictores políticos no es una dádiva del gobierno de turno, es su obligación, aunque piensen distinto. Es más, por pensar distinto deben tener mayor protección.

La Marcha del Silencio será también la Marcha de la Esperanza

La Marcha del Silencio de hoy será también la Marcha de la Esperanza, porque así como nos mueve el dolor, nos motiva la ilusión. Punto. Colombia no se rinde ante los violentos. No es la primera vez que la templanza del país es sometida a prueba. Ni será la última. Pero siempre Colombia se ha levantado más erguida y altiva.

Quienes desafiaron la democracia “desde las montañas de Colombia”, como las Farc, el ELN y el M-19, entre otros, siempre se estrellaron con un poderoso muro de contención de millones de colombianos dispuestos a defender la libertad, hasta con la vida misma si fuera necesario. Pablo Escobar y sus aliados narcotraficantes también retaron al Estado colombiano y fueron derrotados.

Los grupos paramilitares, con los Castaño y Mancuso a la cabeza, también claudicaron en su pretensión de atentar contra el Estado “defendiéndolo”. Pretender socavar la democracia colombiana es –sin duda– un grave error. Las instituciones nacionales, como el Congreso de la República y las altas cortes, cuando son sometidas a prueba responden sin titubeos y con firmeza. En una democracia la separación de poderes es un valor supremo y sagrado.

¡No al mensaje chantajista de Petro al Congreso y las altas cortes!

Gustavo Petro no solo desoyó el clamoroso llamado a desescalar el lenguaje, sino que hundió mucho más el acelerador en su pretensión de imponer la consulta popular y de convocar una Asamblea Constituyente, en caso de que lo considere necesario, según el ministro de Justicia, Eduardo Montealegre.

El mensaje chantajista de quien está al frente de la jefatura del Estado es inaceptable. Ni el Congreso ni las altas cortes son apéndices de la Presidencia, aunque Petro y Montealegre así lo consideren. Quien debe moderar el lenguaje y respetar la separación de poderes –en este caso– es el presidente.

Lo mismo diríamos si quien faltase al acatamiento a la Constitución y la ley fuese un dignatario de los otros dos poderes. La Marcha del Silencio –y de la Esperanza– es la expresión de millones de colombianos dispuestos a manifestar su inconformidad y su deseo de defender –sin dudarlo un segundo– los valores democráticos que tanto nos ha costado preservar. Que no quede duda de ello.