¿Cuál es el cuento con Maduro?

Foto:Presidencia
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Mientras el mundo repudia el régimen chavista, Gustavo Petro decide “lavarle la cara” al tirano al prestarse como observador electoral.

No hay nada que hacer. Gustavo Petro decidió jugarse su cada día más escaso prestigio nacional e internacional respaldando un régimen oprobioso como el de Nicolás Maduro, el gobernante más repudiado de América Latina, a la par del dictador de Nicaragua, Daniel Ortega.

El apoyo incondicional de Petro a Maduro, por encima de los duros reproches de otros presidentes de izquierda, como Inacio Lula, de Brasil, y Gabriel Boric, de Chile, quienes marcaron distancia del sátrapa venezolano, evidencia la estrecha y peligrosa cercanía entre un gobierno elegido democráticamente y un régimen violador de derechos humanos y con extraordinarios indicadores de corrupción.

La visita reciente de Petro a Caracas –la quinta desde que asumió la Presidencia de la República– fue presentada por el inquilino de la Casa de Nariño como una “oportunidad para proponer una opción democrática a Venezuela”.

Resulta por lo menos curiosa la forma que tiene Petro de buscar opciones democráticas a Venezuela: ignorando todos los señalamientos que hay contra el régimen de Maduro como violador de derechos humanos y desconociendo las denuncias sobre presunta violación de la soberanía de otros países, incluyendo Colombia, como lo reveló recientemente Caracol Televisión. Ignorando, además, los sistemáticos abusos contra la oposición venezolana, en cabeza de su máxima líder, María Corina Machado, víctima de todo tipo de hostigamientos por parte del régimen chavista.

Pese a la gravedad de los acontecimientos que ocurren en Venezuela, ninguno de ellos mereció un solo comentario del sonriente Petro en su reciente visita a Miraflores. La actitud dócil de Petro con Maduro contrasta con la de Gabriel Boric, presidente de Chile, quien con vehemencia y carácter le exigió a Maduro que aclare la posible participación de la inteligencia del régimen chavista en el secuestro, desaparición y asesinato del disidente Ronald Ojeda, militar venezolano retirado, quien vivía en Santiago de Chile como refugiado político.

En su viaje a Caracas quedó en evidencia una vez más que el propósito de Petro es lavarle la cara a Maduro. Tanta incondicionalidad con el régimen chavista resulta tan intrigante como sospechosa. Ningún gobierno democrático puede sentirse orgulloso de tener estrechos vínculos con Maduro y sus secuaces.

El comportamiento del canciller encargado, Luis Gilberto Murillo, también resulta vergonzoso y lamentable. Su silencio y su tímida sonrisa, cuando el canciller de Venezuela, Yván Gil, negó en sus narices la existencia de la organización criminal ‘El Tren de Aragua’, a la que llamó una “ficción internacional”, es una ofensa a las víctimas colombianas de esa poderosa banda de delincuentes.

¿Qué hay detrás del comportamiento sumiso de Petro con Maduro? ¿A qué juega el Gobierno de Colombia?

¿Por qué Petro ignora a los “opositores más importantes” de Venezuela?

En su afán por lavarle la cara a Maduro, el presidente Petro incurre en aberrantes mentiras. A su regreso al país, luego de su encuentro con el gobernante venezolano en Miraflores, Petro sostuvo desde el avión presidencial que se había reunido con “sectores de la oposición de Venezuela, quizás los más importantes”. Falso. Petro se reunió con Manuel Rosales, gobernador del Zulia, quien se postuló como candidato a última hora, sabiendo que su nombre no intimida ni asusta al chavismo, entre otras cosas porque conocen muy bien su comportamiento camaleónico y acomodado.

La de Rosales –aunque lo niegue– es una candidatura al servicio del chavismo. Petro no habló con la líder “más importante” de la oposición venezolana: María Corina Machado. Ni siquiera hizo el menor esfuerzo por buscarla. “Si lo hubiera hecho nos habría encontrado”, dijeron fuentes cercanas, tanto a Machado como a Corina Yoris, candidata presidencial designada por María Corina. Petro no habló, pues, con “los más importantes opositores” de Maduro. Todo lo contrario: con su visita se prestó a la farsa electoral que han montado Maduro y sus compinches. Punto.

Canciller Murillo no puede darle trato vergonzante a María Corina Machado

En momentos en que el mundo tiene puestos sus ojos en las elecciones presidenciales del próximo 28 de julio en Venezuela, el Gobierno colombiano no puede mostrarse condescendiente y cómplice de Maduro. No es cierto, como dice el canciller Murillo, que en Venezuela hay garantías para quienes se enfrentan a Maduro y al régimen chavista. El hecho de que haya 13 candidatos de 37 organizaciones políticas no significa una mejor democracia. No es un asunto de número de aspirantes, sino de plenas garantías a quienes pretenden derrotar a Maduro. Y la principal opositora de Maduro, quien lo vencería por paliza, María Corina Machado, no puede participar.

Está inhabilitada por el chavismo, que sabe muy bien que con ella en la contienda electoral Maduro no tiene ningún chance de triunfar. Y Petro también lo sabe. Aún así se ha prestado para el sainete armado y orquestado por Maduro, Diosdado Cabello y todos sus cómplices, incluyendo –claro que sí– al candidato comodín Manuel Rosales. El canciller Murillo no puede darle a María Corina Machado el trato vergonzante de buscarla a hurtadillas y a escondidas, mientras sonríe, sumiso, a plena luz del día ante la plana mayor del chavismo.

El problema no es cuánto nos compra Venezuela, sino cuánto nos paga

Al regresar de Caracas, luego de su entrevista presurosa con Maduro, Petro se refirió a los 1.200 millones de dólares que estaría recibiendo Colombia por exportaciones a Venezuela. “Nos han ayudado a mitigar el déficit comercial que traía el país y han sido de mucha importancia para la reactivación económica”, sostuvo Petro.

No obstante, pese al optimismo de Petro, la experiencia con el régimen chavista indica que lo más importante no es cuánto compran, sino cuánto pagan. Y ello es así porque los chavistas son mala paga. Que lo digan los empresarios, industriales y ganaderos colombianos, que en tiempos de Uribe les vendieron cientos de millones de dólares a los venezolanos y hasta el sol de hoy esa plata no aparece. Hasta el nombre de Piedad Córdoba figuró, como presunta mediadora ante Maduro, para lograr la cancelación de esas deudas a cambio del pago de una comisión. Cálculos de empresarios colombianos, que exportaron productos a Venezuela, indican que la deuda asciende a unos 300.000.000 de dólares. ¿Cuánto debe aún Venezuela de esa deuda? ¿Cuándo piensan pagarla? ¿Qué dice Petro? Igual sucede con el gas que Colombia le vendió a Venezuela en tiempos de Uribe. ¿Pagó o no pagó? ¿La plata del gas colombiano vendido a Venezuela se perdió?

¿Qué tiene de bueno el gas venezolano para importarlo y qué tiene de malo el gas colombiano para no explorarlo?

En su intervención durante la clausura de la Semana Arpel-Naturgas 2024, Petro volvió a referirse a la posibilidad de comprar gas de Venezuela por parte de Colombia.

“Hay quienes prefieren comprar gas cuatro veces más caro, en lugar de comprarlo a Venezuela, porque es comunista”, declaró en Cartagena el pasado viernes. Una vez más Petro elude el debate de fondo con el propósito de crear confusión en incautos. Aquí no se trata de comprar gas a Venezuela o a otros países. De lo que se trata es de explorar y producir nuestro propio gas, como ha venido sucediendo hasta el momento, sin comprometer nuestra soberanía energética. Por cuenta de sus estrechas relaciones con Maduro y con el propósito de lavarle la cara al tirano, Petro asume el riesgo de poner al país a depender de la voluntad del despreciable mandatario venezolano.

¿Cómo se explica ese comportamiento de Petro? ¿Cuál es su afán por mostrarle al mundo las bondades de un régimen despótico y violador de todos los derechos humanos? Ya es hora de que Petro responda estas preguntas, entre otras, y nos explique con claridad y sin pretenciosos artilugios hacia dónde pretende llevar al país con su peligrosa alianza con Maduro.